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Decir Alejandro, en el sector del vino era decirlo todo.  Nació en 1933 y a lo largo de su vida, durante 88 años, fue un hombre memorable. Recuerdo a Alejandro siempre sonriendo, ilusionado. Para Alejandro no había días, ni horas, solo había campo, familia. Alejandro se recorrió el mundo llevando bajo el brazo una botella de vino y una bandera de España que le arropo hiciera frío o calor. Alejandro siempre fue Alejandro, hablara con el Rey, con gente famosa o con gente de campo, nadie le era indiferente y a nadie era indiferente.

A Alejandro le gustaba la vida y tuvo la vida que quiso vivir,  la vivió como la fuerza de la naturaleza que era, apasionada e intensamente. Feliz entre sus viñedos, su remolacha que tanto le dio en la vida, y sus mujeres; porque Alejandro fue el primer feminista del vino, aunque solo fuera por tanta mujer como trajo al mundo. Alejandro Puso Ribera del Duero en el mapa, y fue tractor de las empresas de la zona, un hombre con una voluntad de hierro, y una capacidad enorme de crear, de emprender, de luchar. Alejandro Fernández era Alejandro, un hombre que hacía las cosas a su manera, con tesón, con carácter. Nada se le ponía por delante.  Cuando Alejandro y Esperanza empezaron en la Ribera, el vino lo tenia todo por decir. Así, como el que no quiere la cosa, levantó cuatro bodegas y un hotel, legado de riqueza para una comarca.  El ilustre Alejandro Fernández, que recibió tantos premios, agradeció especialmente la medalla al mérito del trabajo que le concedieron por su extraordinaria labor, pero él consideraba mejor premio a cada una de sus hijas, y nietos, que eran para él su alegría y su razón. Me concedió muchas veces el privilegio de pasear por las viñas junto a él, hablándome de sus proyectos, de su historia, de su familia, la que yo aprendí a amar a través de sus ojos, de sus palabras y sus canciones, porque a Alejandro le gustaba cantar. Y así conocí a Esperanza, inagotable presencia discreta y silenciosa, mujer de las de antes, compañera en la sombra tantos años. Y a sus hijas, castellanas, valientes, duras, invencibles, y ahora a sus nietas, floreciendo orgullosamente para trasladar al mundo una leyenda. Una responsabilidad pese a todo, que defienden con amor y lealtad, más allá de cualquier duda. Me Consta. Alejandro ha vuelto a la tierra que tanto le dió. Nada, seguramente, le habrá gustado más, que darse entero, quedarse en ella, floreciendo cada primavera en un viñedo, viendo el sol y respirando el aire de su Pesquera querida. Esa Pesquera de Duero que grabó en su piel de sol y las etiquetas de su vino, para que la vieran todos, para que quedara para siempre. Cuando llegues al cielo Alejandro, el Señor te preguntará si le has llevado un vinito, y seguro que tú, como siempre hacías, podrás decirle: sí señor, aquí le traigo un poco de la sangre de mis venas, que son fruto de la vid y del trabajo del hombre, para tu mayor gloria.

Descansa en paz.

Mónica Muñoz Blanco

 

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